A las formaciones del Grupo Talía se sumaron las excelentes voces de la soprano Paloma Friedhoff y David Oller
El público premió con sus aplausos uno de los grandes retos de la XII temporada del Grupo Talía en el Auditorio Nacional de Música
Ciclo Sinfónico-Coral Temporada 2022-2023 – Concierto 3º abono. Un réquiem alemán
Auditorio Nacional – Sala Sinfónica – Sábado 25 de marzo de 2022 – 22:30
Orquesta Metropolitana de Madrid – Coro Talía
Solistas: Paloma Friedhoff (soprano) – David Oller (barítono)
Directora titular: Silvia Sanz Torre
Programa: Ein deutsches Requiem op. 45 de J. Brahms (1833-1897)
Un réquiem alemán, su título original, Ein deutsches Requiem, unas de las obras corales más logradas del siglo XIX y de la historia de la música sacra, y una de las más emocionantes creaciones de Brahms. Era también uno de los grandes retos de la temporada del Grupo Talía en el Auditorio Nacional. Su interpretación tuvo lugar el pasado sábado 25 de marzo en la Sala Sinfónica. Fue un concierto vivido con intensidad y emoción por la Orquesta Metropolitana de Madrid, el Coro Talía y su directora titular Silvia Sanz y, junto a ellos, las voces solistas de la soprano Paloma Friedhoff y el barítono David Oller. Emocionante fue también la calurosa respuesta del público con sus aplausos.
La complejidad de una gran obra
Un réquiem alemán es una obra compleja y exigente, de gran dificultad técnica e interpretativa por su densidad y por su dimensión. Lo es para el coro, para la orquesta, para los solistas y para la batuta. A través de su música hay mucho que contar y mucho que transmitir. Es una obra que cala y emociona. Como decía Silvia Sanz Torre unos días antes del concierto, había un objetivo: “Conseguir que todo lo que está en la partitura llegue al público a través de la interpretación».
Un réquiem diferente
No es un réquiem de uso litúrgico. Es una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre el hombre y su destino, sobre lo efímero y lo eterno, que nos lleva una vez y otra de la oscuridad y la tristeza a la esperanza, la aceptación y el consuelo. Brahms seleccionó textos del Antiguo y Nuevo Testamento de la Biblia traducida al alemán por Lutero y los combinó para dar a esta obra el significado que buscaba. Consiguió una perfecta simbiosis de texto y música y creó un mundo emocional y expresivo pleno de sensibilidad y espiritualidad.
Los subtítulos
El público pudo escuchar la obra al mismo tiempo que leía la traducción del texto al alemán gracias a las pantallas para subtítulos instaladas en distintos puntos de la Sala Sinfónica. Fue la primera vez que el Grupo Talía utilizó este nuevo recurso del Auditorio Nacional en la Sala Sinfónica y el público lo valoró muy positivamente. Los subtítulos facilitan una mejor comprensión de la obra ya que permiten relacionar al instante el carácter de la música con el significado del texto, algo fundamental en una obra como Un réquiem alemán de Brahms.
La preparación
Una obra de esta envergadura ha necesitado una larga y profunda preparación y, conscientes del reto, había entre los miembros del coro y la orquesta una gran expectación, ganas de interpretarla y de dar lo mejor de sí mismos empujados por el arrojo y la energía de Silvia Sanz. Un concierto es siempre el resultado de un trabajo previo y Silvia Sanz ha preparado esta obra a conciencia, sabiendo lo que quería contar en cada momento y trasladándolo a los músicos. Este Réquiem alemán estaba en su cabeza. Tanto es así que en la tarima de la directora no había atril.
Contrastes
Silvia Sanz dirigió de memoria, como lo hace en las grandes ocasiones, para entregarse en cuerpo y alma a la obra, al coro, a la orquesta, a los solistas, al público… Salió al escenario vestida de blanco sobre negro, un contraste victorioso como muchos de los que ofrece la obra. Junto a ella, dos jóvenes solistas, el barítono David Oller, que cantaba por primera vez bajo la dirección de Sanz Torre, y la soprano Paloma Friedhoff, que ya ha cantado con el Grupo Talía en obras como el Réquiem de Fauré o el de Mozart. Aunque el coro lleva todo el peso vocal de este réquiem y lo canta de principio a fin, Brahms introdujo dos voces solistas en el tercer y sexto movimiento (barítono) y en el quinto (soprano). Sus intervenciones son también muy exigentes y con un carácter bien distinto: suplicante, reflexivo o solemne, el barítono; consoladora y tierna, la soprano.
Bienaventurados
El comienzo de la obra (Selig sind, die da Leid tragen) es sobrecogedor. El compositor prescinde de violines, clarinetes y trompetas y es el timbre oscuro de violas y violonchelos, divididos en dos, el conduce a la delicadísima incorporación del coro: “Bienaventurados los que sufren porque ellos serán consolados”, palabras procedentes del conocido Sermón de la Montaña (Mateo 5,4). Y es que Un réquiem alemán comienza y termina con la palabra “selig” (bienaventurados). Al comenzar se refiere a los vivos y al finalizar, a los muertos. El timbre dulce del viento madera, con momentos tan destacados en toda la obra, los sonidos del arpa y los pizzicati de las cuerdas crearon un clima sereno y esperanzador.
Lo efímero y lo eterno
El segundo movimiento (Denn alles Fleisch, es ist wie Gras – Toda carne es como hierba) como el tercero o el sexto son inmensos. Comenzaba con una marcha fúnebre de ritmo ternario, como una “danza de la muerte” con un inquietante ritmo de timbal, en la que se expone lo efímero de la vida, de las riquezas y el esplendor de los hombres, que compara con la hierba que se seca y las flores que se marchitan. Esta especie de marcha fúnebre es temerosa la primera vez, entonada solo por las voces graves, y es un grito desesperado en su repetición introducida por un imponente redoble de timbal. Llegaron después unos compases de serenidad, para regresar a la marcha fúnebre y finalmente encontrar una respuesta de esperanza: “Los salvados por el Señor volverán y se encaminarán jubilosos a Sion” (Isaías 35, 10), la primera de las grandes fugas corales que contiene la obra y que inician los bajos.
El destino
El tercer movimiento (Herr, lehre doch mich) sitúa al hombre ante su destino mortal y supuso la primera intervención del barítono solista, David Oller. Su voz timbrada inició un lamento conmovedor: “Señor, enséñame que mis días deber tener un final…”, una súplica que se eleva a lo más alto desde la insignificancia de la propia vida y que el coro repetía como un eco. Su pregunta final tenía que sonar desesperada: “Entonces, Señor, ¿quién podrá consolarme?”. El coro dio de nuevo una respuesta consoladora (“Mi esperanza está en ti”) para iniciar a continuación otra fuga impresionante, introducida esta vez por los tenores. Sobre un pedal mantenido en la nota re, Brahms construyó una impresionante catedral sonora con las palabras “Las almas de los justos están en mano de Dios y no les alcanzará ningún tormento” (Sabiduría 3, 1).
El consuelo
El cuarto movimiento – Wie lieblich sind deine Wohnungen (Qué dulces son tus moradas)- fue un remanso de paz, una suave danza que entona el coro arropado por los instrumentos de viento madera; después, una sensación de regocijo y alegría interior con las palabras “Mein Leib un Seele freuen sich” (Mi cuerpo y mi alma se regocijan en el Señor) y los golpes de arco de las cuerda a modo de palpitaciones. Estas palabras de consuelo culminan en el quinto movimiento. La calidez del hogar en esas moradas celestiales es ahora algo más, un abrazo maternal. Es el movimiento que Brahms añadió en la versión estrenada en 1869 y en el que, seguramente, recuerda a su madre fallecida. Fue el momento del solo de soprano que interpretó Paloma Friedhoff con una delicada línea vocal, plena de expresividad y ternura (“Ahora estáis tristes, pero volveré a veros y vuestro corazón se regocijará y nadie podrá sustraeros vuestra alegría” (Juan 16, 22). Su voz flotó sobre la orquesta fundiéndose con los solos de oboe (Carmen Mateos), clarinete (Álvaro Huecas) y flauta (Saúl Ferrer) y el también delicado acompañamiento del coro con el texto: “Os consolaré como una madre consuela a su hijo” (Isaías 66, 13).
La revelación
Con el sexto movimiento (Denn wir haben hie keine bleibende Statt) llegaron las páginas, y muchas, más intensas de la obra de Brahms. En simetría con el segundo, comenzaba con una marcha entonada por el coro: “Como aquí carecemos de morada permanente, por ello buscamos una futura” (Hebreos 13, 14). Sonó de nuevo la voz del barítono solista, David Oller, esta vez solemne y contundente: “Mirad, os voy a revelar un secreto… todos seremos transformados, y esto de repente, en un instante, en el momento de la última trompeta” (Corintios 15, 51-52, 54-55). Y llegamos así a lo que se correspondería al “Dies irae” (Día de la ira) de otros réquiems, solo que Brahms no se detuvo en juicios y castigos y puso en boca del barítono solista las palabras de San Pablo proclamando que la muerte será vencida. Y entonces el coro preguntó desafiante: “Tod, wo ist dein Stachel? Hölle, wo ist dein Sieg?” (Muerte ¿dónde está tu aguijón? Infierno ¿dónde está tu victoria?). Fue uno de los momentos más sobrecogedores y emocionantes de la obra por su intensidad orquestal y vocal y por su dramatismo. Otra solemne y victoriosa fuga de alabanza a Dios, iniciada por las altos, puso fin a la sexta parte.
El descanso
Iniciar el último y séptimo movimiento, después de una hora de interpretación y tras finalizar un movimiento tan denso y vocalmente exigente como el sexto, no era fácil. Había que permanecer en las alturas y mantener la tensión. Son las sopranos las encargadas de abrir la última parte de la obra con una frase sublime, elevada y prolongada: Selig sind die Toten… La cita completa es: “Bienaventurados desde ahora los muertos que mueren en el Señor. Sí, el Espíritu dice que reposan de su labor pues sus obras los siguen” (Apocalipsis 14, 13). Es cuando aparece la palabra “ruhen” que significa descansar, reposar, y que se corresponde con la palabra latina “réquiem”, que también significa descanso. La obra terminó con la misma palabra con la que se inició, “selig” (bienaventurados). Las voces del coro se extinguieron en los últimos acordes de la orquesta y el sonido del arpa creando una atmósfera de paz y calma.
El silencio
Un obra tan extensa e intensa, con tanto que decir y que expresar y con un final tan delicado necesitaba también unos segundos de asimilación, de respiro, de reposo, en fin, de “ruhe” o de “requiem” al que nos condujeron las últimas páginas. Por eso, al terminar, hubo un largo silencio, un silencio que fue como añadir unos compases de más a la interpretación, que mantuvo Silvia Sanz, batuta en alto, y que respetó y acompañó el público hasta el debido momento.
Los aplausos
Y rompieron los aplausos. Fueron muchos, cálidos, prolongados, emocionados, para el coro, para la orquesta, para los solistas y para la directora, un premio merecido a una obra que ha requerido una larga preparación y que se agradeció desde el escenario con la interpretación de una pequeña joya coral: Cantique de Jean Racine de Gabriel Fauré. Un réquiem alemán tiene que ver con un momento muy importante para la historia del Grupo Talía. Se interpretó en 2011 y fue el primer concierto de la Orquesta Metropolitana de Madrid. La intención inicial fue interpretarlo en 2021 para celebrar el XXV aniversario del Coro Talía y el X de la orquesta pero las restricciones de la pandemia lo impidieron. Ahora ha sido el momento y este concierto perdurará en el recuerdo.